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jueves, 13 de enero de 2011

Amor, como el que deshidrata la vida

Justo cuando confiábamos en que ya se había dado cuenta de que dedicarse a esto era un error, la directora Anabela Cojete nos ha sorprendido nuevamente con otra película absolutamente evitable. Por alguna razón que se me escapa, la famosa realizadora de lisérgica publicidad de pañales para la tercera edad sigue obnubilada a tiempo completo con una incomprensible percepción de sí misma.

El fruto filmográfico de subvención cultural que nos ocupa es un largometraje denominado Amor, como el que deshidrata la vida, que nos cuenta las vicisitudes amorosas de Antoni, un idealista barcelonés criador de una rara especie de conejo mongol en peligro de extinción, y la hija de un cacique local de Ulan Bator.

Para no variar dentro de la filmografía de Cojete, en el apartado técnico toda la película se ve envuelta en un halo pretencioso que sonroja: insufribles plano-secuencias sin sentido, colorines, filtros y saturaciones en la fotografía que no vienen a cuento, rupturas de eje que tienen más de cambio de humor premenstrual que de elemento artístico, planos cenitales de casi un cuarto de hora... todo un derroche de medios. Bueno, todo un derroche. A secas.

La historia es típica pero se desarrolla sin vergüenza (quede constancia de que dudé si separar o no el sustantivo de la preposición): chico conoce a chica, chica se encapricha con chico, chico se beneficia a chica, padre de chica manda a dos sicarios a matar a chico, chico se caga encima y llora por su vida y, finalmente, chica pierde el interés. Nada que no se haya contado antes y muchísimo mejor.

El elenco está formado por pastores mongoles y chinos en su mayoría y un señor que había perdido un vuelo a Hamburgo del aeropuerto de El Prat que gustó mucho a la directora es quien finalmente dio vida al español protagonista de la historia. Esta elección arbitraria y poco acertada de los "actores" fue otro de los asomos de postmodernidad que sepultan el resultado en el más oscuro y húmedo de los despropósitos.

Amor, como el que deshidrata la vida es una obra coral... pero de arrecife de coral, de ésos que hacen naufragar los barcos, tal y como naufragan en nuestro caso la frágil historia, la patética construcción de los personajes, la pésima actuación y el pretencioso despliegue de medios técnicos. Y como la guinda caramelizada de la tarta, una banda sonora de Marlango.

Con todo lo dicho ésta es, sin duda alguna, la mejor película de Anabela Cojete producida hasta la fecha.



Anabela Cojete proviene del mundo de la publicidad, campo en el que ganó innumerables premios. A finales de la década de los 90 hizo su entrada en la industria del cine con el estreno de su primer corto, Poleas que aserenan las ánades (1996), tras el cual siguió con su criminal carrera cinematográfica con las películas Tras instantes de perífrasis (1998) y Sin palíndromos en la sutura (2001). Ahora nos ha decepcionado volviendo casi diez años con esta nueva plaga y en España tendremos que aguantar estoicamente el vilipendio del resto del mundo, como ya se hizo con la leyenda negra de la inquisición, la traída de la sífilis del nuevo mundo o la foto de Fraga en bañador.

2 comentarios:

Un contribuyente dijo...

¿Y para esto pago yo religiosamente mis impuestos?

Ana Rosa Quintana dijo...

Joder, pues a mi Sin palíndromos en la sutura me parece una obra maestra.

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