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jueves, 4 de agosto de 2011

¿Donde nacen los besos?

Un joven pintor en las calles de Viena, la vida Bohemia de un muchacho solitario y soñador, que lo pasa mal para comer y que está solo. Las sombrías primeras páginas nos llevan a la Viena de principios de siglo XX, en el clamor decadente del imperio austro-hungaro un joven trata de hacer fortuna con la pintura, callado y solitario ve en las centenarias calles el colapso de la monarquía multinacional y sus cuadros de desconocidos son el hilo que nos lleva a las historias de la inadaptación de las minorías étnicas, del furioso auge del nacionalismo y del desmoronamiento del complicado puzle que los Habsburgo habían tejido durante más de 400 años.

Martha es una joven despreocupada, vive en un palacete y su padre es un próspero hombre de negocios, en sus paseos encuentra al callado pintor con el que comienza una relación extraña. Martha habladora y jovial, escucha mientras es pintada al normalmente frío y distante pintor, que con ella desboca su elocuencia avergonzado de la situación del imperio, imbuido ya de un pangermanismo creciente y un acérrimo odio a los Austrias y su “engendro” político. Martha no entiende de política, pero queda enamorada de la fuerza del pintor, de su callado pesar y de sus durísimas convicciones.

La intimidad de la pareja va creciendo y su romántica y platónica relación profundiza en el alma de ambos personajes hasta que el muchacho tiene que salir de Viena rumbo a Munich, en vano pedirá a Martha que lo acompañe y entonces solo quedará el recuerdo.

Recuerdo que se hará más vivo en Martha años después, cuando ve a su joven pintor convertido en Fuhrer del tercer Reich.

Martha no ha vuelto a conocer el amor y su vida encerrada en una habitación pasa entre los tormentos de los recuerdos y de las fantasías de lo que podría haber sucedido si ella hubiera acompañado al joven pintor a Munich.
Gravemente enferma consigue entrevistarse secretamente con el Fhurer en el 42 y ya solo encuentra al hombre frío y educado y no al débil romántico que conoció. En un febril intento por arrancar la paz de Hitler ella confesará sus orígenes y apelará al dictador “¿donde nacieron tus besos?”.

La intensidad del drama que nos plantea Liana Dukham no puede menos que sobrecogernos. Una anciana enferma repasa las cenizas de su vida en la tristeza de su soledad encuentra los errores sobre los que ha cimentado el fracaso de su existencia y se atormenta con la culpa de aquel paso que no dio, que no solo le ha costado una vida amargada sino que ha llevado al mundo al horror más absoluto.

El delirio de la agonía de Martha, en el que se imagina un mundo diferente e ideal si ella hubiera partido a Munich con el joven Hitler es una mezcla casi perfecta entre el humor absurdo y la más negra tragedia que nos llevan en bandazos incontenibles de las carcajadas a las lágrimas.

El tono de romanticismo desgarrado y desengañado, nos arrastra por las olvidadas calles de principio de siglo, por las condiciones socio-políticas que configuraron el mundo que fue del terrible siglo XX a través de los ojos esperanzados y radicales de sus jóvenes. El resultado no puede ser más desalentador, el terror a la esperanza, el miedo al idealismo, el fracaso humano ante toda empresa y el irresistible avance del tiempo, que todo lo quema y descompone, que otorga a todo, incluso al horror más absoluto un carácter de intrascendencia abrumador.

Entre las líneas de esta novela, se ven las pinceladas del desaliento devorando al hombre, el amor no es la única esperanza destrozada de la joven pareja, una a una van a desaparecer todas ante el sangriento telón de la realidad, mientras las personalidades alegres y tiernas se tornan duras y frías, ya inamovibles en la furia homicida y destructora de la desazón.

Solo el espejo de la imaginación, la que nos permite transitar los caminos perdidos encontrar felicidad, aquella que siempre y solo se esconde en los senderos que no se han hollado, obligándonos a creer con ingenuidad que nos equivocamos, incapaces al cabo de asumir que la felicidad no existe como concepto real, solo como meta ilusoria ambientada en las argentadas estancias de la mente humana.

Tras los sueños de una vida diferente, con el aliento cediendo, Martha recupera el sentido para ver como el ejército soviético irrumpe en el hospital mental en que está recluída en una ciudad checa. El impacto narrativo de las últimas secuencias del sueño estalla en mil pedazos con la desnuda realidad, como consecuencia irrenunciable de cualquier sueño Martha despierta entre ruinas y muertos, da sus últimas bocanadas al ritmo de los gritos de las enfermeras del hospital violadas en las camas inmediatas a ella y en el trance final de su muerte una sonrisa cubre su arrugado rostro. Ella, al fin ha despertado de su sueño, pero la autora nos señala acusadora, casi amenazante al dejarnos ante la evidencia de que nosotros mismos, seguimos viviendo los nuestros, sin remedio, sin consuelo.

“Toda esperanza es inútil, antes que nosotros morirán una tras otras nuestras esperanzas, se quebrarán sin remedio nuestras virtudes y en el crisol final de la vida solo el deseo de un nuevo sueño nos empujará a morir, porque el hombre, no tiene remedio.” Con esas filosóficas palabras puestas en boca del capitán ruso tras ver el rictus de la anciana, nos amenaza la autora, toda esperanza es inútil. Pero el hombre en su más íntima esencia y desnudado de todos sus complementos es solo esperanza, que nos arroja al sufrimiento de luchar por todo lo que nunca tendremos, hasta quemarnos en un combate imposible.

Liana nos explica, que nosotros somos el combustible que al arder, hace funcionar los sueños.

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