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sábado, 6 de agosto de 2011

Huida lateral

Elia es una mujer mayor, sencilla, feliz en su rutina apacible y despreocupada, sin llegar a ser frívola. Adora sus rituales. Cambia los periódicos de las jaulas de sus pájaros, riega los geranios blancos, saca los azules al alféizar de la ventana. Esos pequeños detalles del día a día conforman la plenitud de la simple felicidad.

A veces, sentada en el sillón recuerda sus años de casada. El amor fue un episodio que recuerda con la calidez de un pastel tibio, cuando ya ha pasado ese intenso olor que hace que algunos vuelen guiados por el olfato. Su hijo, bien posicionado, esta felizmente casado con una mujer adorable y dulce. No hay nada que pueda provocar sobresaltos en su vida. Y... todo empieza con una llamada.

Suena el timbre y no hay nadie en la puerta. El teléfono ruge y no hay nadie al otro lado. Suena el microondas y no hay nada en la bandeja. Inquietante.

De naturaleza insegura, tiende a pensar que todo se debe a que siempre ha sido despistada. Pero la repetición del suceso en distintas circunstancias logran que Elia se replantee la situación, por primera vez desde que era niña reflexiona: algo le señala la discordancia de su serenidad para con la situación.. Algo crepita desde el interior de su casa, algo o alguien comienza a dejar mensajes escritos con una sustancia similar a la mostaza en las paredes del salón, “sal de aquí o morirás” rezan las frases. Cabe señalar que este es sin duda el momento álgido de la novela porque cambia completamente la situación de lector. Pasamos de asistir a la vida de una mujer entrañable a acompañar a una mujer de dudoso estado mental. Pero no puede ser sólo su cabeza, pensamos, ¡hay demasiados signos externos!. Y las paredes, cuenta Elia, empiezan a estrecharse como en la habitación de Fermat. Y la llamada, la constante llamada cuya respuesta nunca doblegará a su insistencia.

Cuando por fin sale a la calle, a una calle que no entra dentro de su itinerario cotidiano, el mundo aparece desfigurado. Todos sonríen pero nadie es amistoso. Una enorme nube negra domina el cielo como lo hicieran las naves en El fin de la infancia... pero esta vez los superseñores se encuentran bajo la piel de los sonrientes, que se deshace lentamente. Todos pronuncian su nombre en un alarido. Corre en círculos por no ser capaz de elegir hacia qué lado huir definitivamente. Y Elia sólo desea volver a sentir como antes, justo antes de rasgar el velo que le devolverá por fin la libertad real.

Malcom Desmond Hopherthy nació en Baltimore en medio de una familia desordenada. Tras descubrir que sólo tenía voz a través de las numerosas notas que iba dejando por la casa y que por lo general justificaban su ausencia, decidió hacerse escritor. La anécdota más conocida sobre el autor de hecho esta: el día en que se dio cuenta de que cuando intentaba hablar con su familia directamente nunca conseguía llegar en medio del griterío de sus otros diez hermanos, pero que en cambio estos papelitos, gritos impresos en papel, atraían poderosamente la atracción de sus semejantes. En la actualidad trabaja en la dirección de un periódico gratuito, y dicen, que con el miedo constante de ser engullido por el feroz mordisco de la aparente tranquilidad, actuando en consecuencia, frecuenta parques de atracciones enfrentándose constantemente a las actividades de más riesgo emocional, y dicen, esto conserva su cordura.

Lectura muy recomendable, aunque no imprescindible.

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